Queridos Hermanos y Hermanas,
Les deseo una bendecida, llena de gracia y amorosa fiesta de Navidad.
Una vez más celebramos el nacimiento de Jesucristo, quien, como San Pablo nos recuerda, se despojó a sí mismo, aunque El era Dios y se convirtió en uno de nosotros.
Estas palabras son fáciles de escribir y decir. Pero el profundo significado de ellas es una realidad que nos tomaría toda una vida para empezar a entender y apreciar. Debido al pecado de Adán, su desobediencia a Dios, fuimos alejados de Dios y hemos obstaculizado el plan de Dios para nosotros.
El pecado volteo todo patas arriba. Se entrometió en lo que Dios había deseado para nosotros criaturas. Y así la humanidad durante miles de años vivió bajo el peso y la sombra del pecado. Finalmente, en un momento en el tiempo, la promesa de Dios de un Mesías, aquel que nos salvaría y nos reconciliaría con Dios, se hizo realidad.
La Segunda Persona de la Santísima Trinidad asumió nuestra naturaleza humana en el seno de la Virgen María y nació para comenzar una vida como la nuestra, lo que llevó a nuestra reconciliación con el Padre y nuestra salvación a través de Jesús.
La Escritura dice que un pueblo que vivió en tinieblas (todos nosotros después del tiempo que Adán pecó) ha visto una gran luz. Y por supuesto esa luz es Jesús.
Es difícil imaginar que la segunda persona de la Trinidad de hecho se despojaría Él mismo de todo lo que conlleva con ser Dios, a vivir como un espíritu, a vivir en la felicidad eterna. El llegó a ser como nosotros, nuestro hermano, un bebé indefenso dependiente de María y José para Su sustento, para Su cuidado y protección. La poderosa realidad que celebramos en la Navidad es que Dios escogió convertirse en uno de nosotros para que con el tiempo, podamos compartir la Vida Divina.
Espero que encuentren tiempo en el ajetreo de la temporada Navideña para silenciosamente reflexionar y orar acerca de las maravillas de Dios hecho hombre, para acércanos de nuevo al Plan Divino, para vencer el pecado, la oscuridad y la muerte.
Existe la oración en la Eucaristía cuando unas cuantas gotas de agua se vierten en el cáliz:
Por el misterio de esta agua y vino podamos llegar a compartir en la Divinidad de Cristo quien se humilló asimismo para compartir nuestra humanidad.
Mi oración para todos nosotros es esta: Que podamos llegar a compartir la Divinidad de Jesús quien se humilló asimismo para compartir en nuestra humanidad.
Obispo José Galante