En el año de la Iglesia, después de haber celebrado las fiestas de Navidad del nacimiento de Jesús, su bautismo, la Sagrada Familia y la fiesta de María la Madre de Dios y el día de Año Nuevo, volvemos al tiempo ordinario.
El tiempo ordinario se refiere a todos nosotros, porque nuestras vidas se componen de lo ordinario. El año litúrgico de la Iglesia, refleja esta realidad de nuestras vidas de una manera real. Hay puntos altos de celebración, pero en su mayor parte es la misma rutina diaria de la vida. Sin embargo, Tiempo Ordinario no quiere decir que acabamos de arribar. Nuestras vidas diarias son los hechos realmente importantes en la manera en que vivimos nuestras vidas, cuan productivas, cuan felices y cuan llenas de paz son.
Nuestro propio crecimiento en gracia y santidad se logra a través de los días ordinarios de nuestras vidas. Me gusta decir que la santidad es mostrarse para la vida cotidiana y abrazarla.
San Juan Neumann de Philadelphia, cuya fiesta celebramos recientemente, se convirtió en un santo, porque él hizo las cosas cotidianas de todo corazón y con lo mejor de sus habilidades.
En mi propia vida, pienso en el fallecido Cardenal John Foley, un amigo de la escuela secundaria, el seminario y Roma, que también tenía este don.
A lo largo de su vida el Cardenal Foley tuvo una profunda fe, un maravilloso sentido del humor y el deseo de vivir cada día al máximo. Incluso cuando se enfrentaba a la muerte seguía siendo reflexivo, escribiendo notas para sus muchos amigos (su última tarjeta de Navidad llegó después de su muerte el 11 de diciembre). Nunca perdió su sentido del humor y su singular devoción de corazón a Jesús.
Ambos Johns, Neumann y Foley, encontraron que el camino a la santidad se encuentra en hacer las cosas monótonas y rutinarias de cada día de la vida con un sentido de conciencia, poniendo nuestros mejores esfuerzos en ellas.
A medida que envejecemos, nos retiramos, y entramos en esa siempre creciente población conocida como la tercera edad, nos preguntamos cómo nuestra vida puede ser fructífera, cómo podemos continuar haciendo la diferencia. Esta etapa de la vida es una maravillosa oportunidad. Somos libres de la distracción de la jornada semanal de trabajo. Tenemos muchas oportunidades para el crecimiento y la profundización de nuestra relación con Dios y nuestras familias.
Esta vía hacia la santidad se vuelve más clara durante nuestros años más maduros. Tenemos más tiempo para participar en la Eucaristía diaria, tiempo para leer, rezar, tomar algunos cursos de enriquecimiento. Es mi deseo, que en cada una de nuestras parroquias tengamos programas activos para nuestras personas de la tercera edad, que provean una oportunidad para socializar y crecer en nuestro conocimiento y vivencia de nuestra fe.
Muchas culturas han valorado lo que le llaman la “sabiduría de las canas”, son esas personas mayores que han acumulado experiencia y conocimientos y son capaces de guiar a los jóvenes. En nuestros días y tiempos, existe un lugar real para estas figuras sabias. Nuestras parroquias son capaces de ofrecer oportunidades y plataformas para nuestros ancianos de ser reconocidos, no sólo por lo que han hecho, sino por lo que pueden contribuir a la vida de la Iglesia.
La sabiduría es uno de los dones del Espíritu Santo. A pesar de que la Confirmación pudo haberse recibido años atrás, los dones del espíritu perduran.
Les recomiendo que todos ustedes que han recibido estos dones del Espíritu Santo, oren especialmente por el don de la sabiduría, para que a medida que los años se acumulan, también la sabiduría y la gracia, en ambos tiempos ordinarios y extraordinarios.