Un amigo sacerdote colecciona Nacimientos (Pesebres) de todo el mundo: China, Perú, Alemania, Uganda… solo para nombrar cuatro de los más de 50 países de su colección. Durante la temporada Navideña, se exhiben en el salón parroquial para el deleite de los feligreses.
Mientras caminaba alrededor de la exhibición bellamente arreglada, me fascinaban los aspectos culturales (asiáticos, latinos, africanos, europeos, etc.) que son peculiares a cada representación de la escena de Belén. Los colores y diseños de la vestimenta en la que se visten las figuras familiares de María, José, pastores, ángeles y Jesús son nativos de los respectivos países. Además, las escenas de cada nacimiento son nativas y representan el país de origen.
Estos detalles proclaman claramente que a través del nacimiento de Jesús, Dios aparece para todos los pueblos en todas partes. Los ángeles proclamaron a los pastores que el nacimiento de Jesús es una Buena Nueva para todo el mundo. El Hijo Eterno de Dios nacido en el tiempo en Belén de Judá, el evento que celebramos y recordamos cada Navidad… Y el Hijo de Dios nacido en la vida de cada creyente, sea quien sea, cualquiera sea su origen.
Lo que más me impresionó de la variedad de esos Nacimientos fue la representación del Niño Jesús, el Bebé. Un bebé dormido… ya sea asiático, latino, negro, nativo americano, europeo, etc. Él es el centro de cada escena. Un bebé es un bebé es un bebé… no importa la cultura, el idioma o el país. Irresistible, adorable, tierno, suave, dependiente. Un niño no hace juicios; alza los brazos para ser sostenido, para ser cuidado.
El niño Jesús no tiene palabras, pero es la Palabra de Dios. Él es Dios hecho pequeño para nosotros. Dios hecho uno de nosotros. Él es Dios — Salvador; Dios — Señor; Dios — Príncipe de la Paz; Dios — el Mesías; Dios — visible; Dios — tan fácilmente disponible para nosotros porque Él es uno de nosotros. Él es el Hijo de Dios hecho carne; hecho humano. Él es el Cristo de Dios que nace en un momento específico cuando “Quirino era gobernador de Siria” (Lucas 2:2) y en un lugar específico, “la ciudad de David llamada Belén” (Lucas 2:4), pero que pertenece a cada nación, a cada pueblo, a todos los tiempos y culturas. Dios, uno de nosotros. Dios con nosotros. Dios Emmanuel.
Este es el misterio que celebramos en Navidad: la aparición de Dios en carne humana.
Dios habita entre nosotros. No desde la distancia; ni fuera de nuestra experiencia humana; no más allá de nosotros; no remoto. El Salvador nace para todos los hombres y mujeres. NADIE está excluido de tal derramamiento del Amor Divino. El Niño Jesús es fácil de amar, fácil de responderle. Desafortunadamente, algunas personas se excluyen ellas mismas del amor de Dios. El Papa Francisco escribió: “El poder de este Niño, Hijo de Dios e Hijo de María, no es el poder de este mundo, basado en el poder y la riqueza; es el poder del amor. Este poder de amor llevó a Jesucristo a despojarse Él mismo de Su gloria y convertirse en hombre”. El Niño Jesús de Belén es el amor de Dios hecho uno de nosotros; carne de nuestra carne; hueso de nuestros huesos; sangre de nuestra sangre. Ámalo y permítele que Te ame y tendrás una Feliz Navidad.
Que cada uno de ustedes, su familia y seres queridos experimenten esta cercanía de Dios durante esta Navidad. Que la cercanía de Dios en el Niño Pequeño de Belén toque su vida con la paz de Dios y con el poder del amor de Cristo.
En mis Misas de Navidad y durante la temporada Navideña, rezaré por ustedes y pido que hagan lo mismo por mí. Que las bendiciones de esta temporada de Navidad les acompañen durante el 2019.
Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo.