Desde que me hicieron Obispo de ustedes me propuse como prioridad principal el trabajar en hacer de nuestras parroquias lugares vibrantes donde la formación de vida fuera permanente, la celebración de la Eucaristía considerada como la fuente y cumbre de nuestra fe, y lugares donde el pobre y los afligidos de nuestras comunidades encuentren una calurosa bienvenida.
Todo bien y bonito, dirán algunos, pero ¿dónde está la prueba de que esta señal de revitalización está realmente ocurriendo?
Primero, algo de historia:
La vida parroquial ha cambiado, y a mi parecer, para bien a lo largo de mi existencia. El día de mi ordenación sacerdotal para la Arquidiócesis de Filadelfia en 1964, fui asignado como vicario parroquial a Nuestra Señora de la Consolación en una zona de la ciudad llamada Tacony. En esos días, todos nosotros una vez ordenados nos dedicábamos a realizar los mismos servicios independientemente de los lugares a los que fuímos enviados. Aparentemente la vida parroquial de entonces era bastante uniforme.
Las diócesis de entonces también tenían una abundancia de sacerdotes felices de ofrecer sus servicios ministeriales visitando a los enfermos y ofreciendo el sacramento de la confesión donde sea que las filas de confesiones eran inmensas los días sábados por la tarde.
Después del Vaticano II, la vida parroquial sufrió una transformación total y vital. Los laicos pasaron a ser invitados a asumir plenamente su rol de bautizados de forma muy oficial. Servicios que yo siendo un joven sacerdote realizaba pasaron a las manos de los laicos. Esta vocación al ministerio laico ha impactado tremendamente la vida parroquial a lo largo de los años.
Durante mis años de servicio en Texas, aún en las parroquias más pequeñas y pobres, pude notar los servicios activos y generosos de muchos laicos comprometidos tratando de responder a las necesidades de los más necesitados. Estas comunidades, en mi opinión, vivieron y modelaron las palabras de Jesús en el evangelio de San Mateo, donde nos dice que podemos encontrarlo en los rostros de los afligidos, hambrientos, enfermos y encarcelados:
“Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme.” Entonces los justos le responderán: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte? Y el Rey les dirá: “En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis.”
Ahora de regreso a mi lugar de origen en el Noreste del país, cada vez que visito los diferentes condados sigo viendo dinámicas similares emergiendo en las diferentes parroquias de la Diócesis de Camden. Estas visitas pastorales continuamente me recuerdan del impacto que la vida parroquial sigue teniendo en nuestra iglesia:
Cuando escucho la música en las celebraciones litúrgicas cantadas con entusiasmo por los fieles que aman y viven su fe;
Cuando tengo la oportunidad de saludar a los feligreses en las recepciones y ellos con entusiasmo tratan de contarme cómo la vida parroquial ha transformado sus vidas;
Cuando escucho a los feligreses participantes de los diferentes programas de formación de vida describir con entusiasmo el ánimo y deseo que tienen de poder servir a sus comunidades parroquiales;
Cuando escucho al pueblo de Dios contar cómo sus párrocos son personas amadas y apreciadas porque demuestran la capacidad de sacar a relucir los dones y talentos de los laicos con gran admiración.
Estas serán alguna señales algo sutiles pero a la vez muy reales. También puedo pensar en otras formas evidentes de una revitalización parroquial. Para empezar, los lugares de parqueo tienen mucho que decirnos. Comunidades parroquiales que logran atraer a los feligreses no sólo los fines de semana pero, sobre todo, durante los días de semana deben estar ofreciendo ‘algo bueno’, cierto?
En parroquias vibrantes que continuamente tienen los parqueos a tope es la Eucaristía la que congrega a los feligreses para celebrar el don de la unidad cada fin de semana, sin duda. Pero a lo largo de la semana, los feligreses regresan con facilidad a sus iglesias cuando se sienten parte de la misma aportando dentro de la medida de sus posibilidades. Algunos ayudan a servir a los pobres de la comunidad, otros apoyan con el cuidado de niños ofreciendo a las madres un espacio de tranquilidad, otros dando una mano a los que han sufrido alguna clase de pérdida, etc…
Todas estas comunidades parroquiales viven y modelan el mensaje del evangelio de San Mateo. Ellos también están respondiendo a la invitación de Jesús de hacer un impacto positivo y lograr una diferencia en las vidas de los que sufren más que otros. Este tipo de testimonio no ha cambiado, a mi parecer, a lo largo de mis días – desde mis inicios en Filadelfia, luego en Texas y ahora en el Sur de Nueva Jersey. Sin embargo, las muchas necesidades que comunidades revitalizadas asumen y tratan de responder siguen siendo innumerables. La renovación parroquial es y debe ser un acto conciente y permanente que sigue siendo una prioridad para nuestra diócesis.
¡Qué nuestro Dios siga bendiciéndonos y guiándonos.
Translated by Sister Sonia Avi, associate director of Lifelong Faith Formation for Hispanics, Diocese of Camden.