La ventana de mi oficina queda con vista al City Hall (Municipalidad) de Camden.
Allí, inscrito en el edificio más alto de la ciudad, esta una cita del Libro de los Proverbios: “Donde no hay visión el pueblo perece”.
Tal vez nuestra visión está nublada. O quizás nuestros ojos han evitado mirar. En cualquier caso, nuestra ciudad relativamente pequeña, con apenas 77,000 habitantes al cruzar el Río Delaware de Philadelphia, está, a partir de este escrito, en un record sin precedentes. Hemos tenido 53 homicidios en lo que va del año. Gran parte de esta violencia ha tenido lugar con poca atención.
Hay excepciones. La gente de la Iglesia de San Antonio de Padua, junto con otros líderes comunitarios, ha colocado una serie de cruces en la Plaza de Roosevelt, adyacente al City Hall. En ese pequeño parque una cruz marca a cada uno de los fallecidos, lo que significa otra viuda, un huérfano o un hermano/a que llora. Cada día después de otro asesinato se planta una cruz durante la hora del mediodía como señal de solidaridad.
Otro memorial a las víctimas de la violencia de Camden se lleva a cabo en nuestra catedral al fin de cada año, organizado por la Hermana Helen Cole de Servicios Familiares Guadalupe, una agencia diocesana que sirve a los pobres de Camden.
Esta visión para hacerle frente a la violencia es un primer paso. Sólo por el beneficio de la comparación: si la Ciudad de Nueva York, por ejemplo, sufre una ola de homicidios en la misma proporción que Camden, habría más de 4,000 asesinatos allá este año. Es difícil imaginar que esa clase de carnicería se le podría permitir continuar con tan poca notoriedad. Con razón, esto sería visto como una crisis nacional que afecta a nuestra ciudad más grande e influyente.
Sin embargo, Camden es otra cosa. Una nueva normalidad malevolente ha surgido. Lo que escucho de las personas y los párrocos de nuestras parroquias es que la implacable violencia tiene un impacto a largo plazo. Las familias sufren diariamente traumas, lo que resulta en depresión, bajo rendimiento académico y terror. Estos asesinatos ocasionan un dolor que impregna a toda la comunidad. Esta una crisis moral y espiritual que debe ser abordada por nuestros líderes espirituales.
También tenemos que escuchar a nuestros dirigentes políticos, en particular a los de Nueva Jersey. Su silencio contribuye a la idea de que estos asesinatos son algo normal y aceptable, ya que se están produciendo en Camden.
Como cristianos, sabemos que Jesús sufrió una muerte violenta, sin embargo, su resurrección nos señala hacia la esperanza de que de alguna manera una nueva vida puede surgir de esta trágica situación. Somos un pueblo que reclama el madero de la cruz, el objeto mismo de la violencia. El campo memorial de cruces al lado del City Hall de Camden es nuestro moderno Gólgota. El trauma de nuestra cuidad es una invitación para estar con Cristo crucificado.
Como personas de fe, no tenemos respuestas fáciles. Sin embargo, clamamos por visión, por nuevas maneras de abordar esta crisis de violencia, para que nuestro pueblo ya no perezca más.
El Obispo José Galante lidera la Diócesis Católica Romana de Camden.