La Dr. Kathleen Dianora Duffy escribe acerca de esta familia que ella visitó en un reciente viaje a Cuernavaca, México, con jóvenes de Camden.
Mientras estaba en el brillante sol de México la tarde del 13 de enero del 2012, una ola de pánico se apodero de mí. Mi temor no era el resultado de ser uno de los adultos responsables de seis jóvenes de Hopeworks en Camden cerca de 3000 millas lejos de casa, ni fue provocada por las advertencias de la violencia del cartel publicada en la web del Departamento de Estado de EE.UU. Yo estaba aterrada de que la pequeña botella de soda Jarritos de un litro, que mi gentil anfitriona estaba vertiendo, no fuera a alcanzar a llenar todas las copas de sus doce invitados. Con cada copa que ella vertía, yo analizaba cuanto quedaba y como esta simple expresión de generosidad podría causar que ella y su familia no tuvieran suficiente dinero para comer esa noche. Todos los miembros de mi grupo reflexionaron sobre estos eventos esa noche. Nos entristeció que solo uno de los cinco niños en la familia pudo asistir a la escuela, así como el hecho de que no había agua potable o facilidades para cocinar en la casa, excepto por un plato caliente en el dormitorio.
Esta no fue la única expresión de bondad de un desconocido que me dejo sin palabras, en mis seis días de viaje a Cuernavaca, una ciudad de un millón (de habitantes) que se encuentra a cincuenta millas al sur de la Ciudad de México y es conocida como “La Ciudad de la Eterna Primavera.” La mañana siguiente, visite un Centro Comunitario a cargo de la agencia VAMOS, donde tuve la oportunidad de leerle a los niños y darles a cada uno de ellos un libro de pasta blanda para llevar a casa. Yo admiraba una falda de muñeca que una de las mamás estaba tejiendo para su niña, cuyo nombre es Monse. Al final de la sesión, la pequeña Monse de tres años, me tocó y me dio la falda. Fue hermoso y me sentí bendecida que me dieran algo por el acto de querer dar, no por exceso. Tomamos fotos mientras ella se retiraba y tuve sentimientos encontrados acerca de las bendiciones que mis propios hijos tenían: tantos libros que ya no podían llevar cuenta de ellos, juguetes, una casa segura y un vecindario para jugar y más que todo, alimento para comer en cualquier momento que el hambre ataque. La noción de que las familias no hacen suficiente dinero para alimentar a sus niños, fue lo mas difícil de aceptar para mí.
Si el objetivo de mi grupo simplemente hubiera sido ayudar a los niños de Cuernavaca, nosotros pudimos haberles enviado un cheque por diez mil dólares que recogimos. Esto podría haber pagado por los salarios de los miembros del personal de VAMOS durante mucho tiempo. Nuestro objetivo fue aprender algo para nosotros mismos y ser tocados por las vidas de las familias mexicanas con quienes estuvimos en contacto. Somos privilegiados y todos tuvimos la buena fortuna de haber nacido dentro de un marco de circunstancias que nos brinda oportunidades. Al regresar a nuestras vidas cotidianas en los Estados Unidos, necesitamos recordar esta perspectiva y compartir las bendiciones que nos han sido dadas con aquellos que interactuamos cada día.